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La creatividad funciona gracias a un mecanismo espontáneo que nos limita, acomoda y estimula sin que nos demos cuenta. La necesidad de aprobación desinteresada, la crítica inteligente, la crítica pelotuda y el miedo, son alimento constante en el proceso de llamar la atención (ser creativos).
Pero el disparador, lo que nos define, es algo que surge mucho antes.

Desde que nos gusta lo que nos gusta, en todas las posibilidades de expresión artística, hay alguien que ya hizo lo que queremos hacer; como lo queremos hacer; y que logra que lo amemos u odiemos con la misma y obsesiva convicción. Todo aquel que se siente creativo tiene alguien a quien admirar; Es parte del mecanismo, tener un referente nos ayuda a sentirnos incompletos, y eso, nos empuja a hacer.

Y hacemos. Hacemos y guardamos la ilusión de que la persona que nos estimula desde donde ningún otro puede, algún día nos vea, nos lea o nos escuche y ¿por qué no? le encante lo que hacemos. Eso es lo que buscamos: la aprobación del que puso la semilla y nunca nos vio nacer.

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Hace unos días, el tipo que hace dos años me desacomodó por dentro con lo que escribe, me leyó. Y sin necesidad y lleno de sinceridad, me dijo cosas que incluso en la fantasía eran improbables.

(Hernán, que me hayas leído y que te haya gustado, me importa más de lo que suponía. Está claro que escribir, de ahora en adelante, me va a costar el triple. Espero que te sientas culpable.)
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